Han pasado 6 meses desde que se activó en México la política de distanciamiento social como estrategia para evitar los contagios por COVID-19. Esto implicó cambios en las dinámicas y rutinas de todos: se suspendieron las clases presenciales para todos los niveles educativos, se cancelaron todas las actividades consideradas como no esenciales y todas las formas de trabajo que pudieran hacerse vía remota se trasladaron a la modalidad de home-office. Las calles pararon; los espacios públicos quedaron vacíos; el silencio inundó los rincones de cada ciudad y nos distanciamos durante un tiempo –aunque nos mantuvimos conectados por medios digitales–. Entre tanto, uno de los pasatiempos favoritos quedó pausado: viajar.
Sin embargo, poco a poco las cosas han ido llevándonos hacia la nueva normalidad, esa de la que tanto se habla y a la que nos hemos tenido que adaptar. Además, nos hemos dado cuenta de que algunas de las actividades catalogadas como no esenciales, representan mucho para nuestra vida personal, social y económica. En este proceso nos hemos dado a la tarea de encontrar nuevas formas de relacionarnos y de compartir tiempo y espacio sin poner en riesgo la salud.